El 2 de octubre de 2020 participé en la lectura colectiva de "La noche de Tlatelolco" de Elena Poniatowska. Como parte de una de las actividades para conmemorar ese día el Programa Galatea de la UACM organizó este evento. Como lectura final, leí en voz alta "Tlatelolco entero respira sangre" el testimonio de Margarita Nolasco, tal y como lo recogió Poniatowska.
Hace dos años, presente en narración oral ese testimonio. Fue muy fuerte. Ahora lo leí y sigue tan vigente y conmovedor.
Lo comparto contigo.
“Tlatelolco entero Respira Sangre”
“Recorrimos un piso tras otro y en la sección
central del Chihuahua, no recuerdo en qué piso, sentí algo chicloso bajo mis
pies. Volteo y veo sangre, mucha sangre y le digo a mi marido: "¡Mira
Carlos, cuánta sangre, aquí hubo una matanza!" Entonces uno de los cabos
me dice: "¡Ay, señora, se nota que usted no conoce la sangre, porque por
una poquita que ve, hace usted tanto escándalo!" Pero había mucha, mucha
sangre, a tal grado que yo sentía en las manos lo viscoso de la sangre.
“También había sangre en las paredes; creo
que los muros de Tlatelolco tienen los poros llenos de sangre. Tlatelolco
entero respira sangre. Más de uno se desangró allí porque era mucha sangre para
una sola persona.
“Yacían los cadáveres en el piso de concreto
esperando a que se los llevaran. Conté muchos desde la ventana, cerca de
sesenta y ocho. Los iban amontonando bajo la lluvia... Yo recordaba que
Carlitos, mi hijo, llevaba una chamarra de pana verde y en cada cadáver creía
reconocerla... Nunca olvidaré a un infeliz chamaquito como de dieciséis años
que llega arrastrándose por la esquina del edificio, saca su pálida cara y alza
las dos manos con la V de la victoria. Estaba totalmente ido; no sé lo que
creería, tal vez pensó que quienes disparaban eran también estudiantes.
Entonces los del guante blanco le gritaron: "Lárgate de aquí, muchachito
pendejo, lárgate, ¿qué no estás viendo? Lárgate." El muchacho se levantó y
confiado se acercó a ellos. Le dispararon a los pies pero el chamaco siguió
avanzando. Seguramente no entendía lo que pasaba y le dieron en una pierna, en
el muslo. Todo lo que recuerdo es que en vez de brotar a chorros, la sangre
empezó a salir mansamente. Meche y yo nos pusimos a gritarles como locas a los
tipos: "¡No lo maten!... ¡No lo maten!... ¡No lo maten!" Cuando
volteamos hacia el pasillo ya no estaba el chamaco. No sé si corrió a pesar de
la herida, no sé si se cayó, no sé qué fue de él.
“Yo no entendía por qué la gente regresaba
hacia donde estaban disparando los tipos de guante blanco. Meche y yo
—parapetadas detrás del pilar— veíamos cómo la masa de gente venía gritando,
ululando hacia nosotros, les disparaban y se iban corriendo, y de pronto
regresaban, se caían, se iban, venían de nuevo y volvían a caer. Era imposible
eso, ¿por qué? Era una masa de gente que corría para acá y caía y se iba para
allá y volvía a correr hacia nosotros y volvía a caer. Pensé que la lógica más
elemental era que se fueran hacia donde no había balazos; sin embargo
regresaban. Ahora sé que les estaban disparando también de aquel lado.”
"Las escaleras se veían mojadas, tanto
por la lluvia como por la sangre, que hacía que al caminar se sintiera el piso
pegajoso. Salimos del edificio, y al cruzar vimos grupos de soldados aventando
como bultos los cuerpos de los estudiantes y personas fallecidas todos
envueltos en cobijas, dentro de los camiones militares. Vi que mi hijo pequeño
se retrasaba y volteaba a ver hacia los camiones, por lo que lo jalé hacia mí y
con mi mano en su cara traté de evitar que viera era terrible acción. Pasamos
por un primer cordón de tipo militar, quiénes nos preguntaron quiénes éramos y
adónde íbamos. El militar que nos había sacado respondió rápidamente y nos
dejaron pasar. Vino un segundo cordón, este compuesto por ganaderos y policías,
quienes nos gritaban que no podíamos salir y que nos regresáramos. Pero el
militar que nos acompañaba habló con un superior de ellos quien les dio la
indicación de que nos dejaran salir. Pasamos el cordón, el militar se quedó y
nosotros nos dirigimos hacia la Avenida Reforma, donde tomamos un taxi hacia mi
casa. En el camino Meche y yo le gritábamos a cuanto paseante veíamos que en
Tlatelolco estaban matando estudiantes, y a los voceadores callejeros que
regresaran a sus periódicos y denunciaran los hechos, sin respuesta alguna.”
“Llegamos a la casa, y mi preocupación eran
mis otros dos hijos. Afortunadamente ahí estaba mi hija mayor, pero no mi
segundo hijo, Carlos. Llamamos por teléfono buscándolo en la casa de sus amigos
y nos enteramos que había asistido al mitin en la Plaza de Tlatelolco.
Desesperadas, contamos todo lo que habíamos visto, y le dije a mi esposo que
teníamos que buscar a nuestro hijo, que teníamos que regresar. Inmediatamente
mi marido y mi padre estuvieron listos y salimos, y poniendo toda nuestra
esperanza en encontrarlo bien y a salvo. Aun entonces, me era difícil pensar
que el gobierno déspota, represor, intolerante y perverso como era, pudiera
llegar a ese nivel, acometer esos crímenes, esas barbaridades, todo por
sostener un sistema corrupto y retrógrada, y por "mantener limpio" un
evento internacional, paradójicamente dedicado a la paz y a la armonía, como
eran los Juegos Olímpicos, a inaugurarse 10 días después, el 12 de octubre de
1968.”
Margarita Nolasco, sobreviviente de la noche de Tlatelolco. Y madre de
Carlos Melesio Nolasco, historiador, autor hoy de la crónica que presenta Mundo
Nuestro. Madre e hijo, a unos metros una de otro, vivieron esa noche terrible
en el edificio Chihuahua. Entrevistada por Elena Poniatowska para su Noche de
Tlatelolco, esto es lo que vivió Margarita aquella noche en la que presenció la
matanza y sufrió la incertidumbre por la suerte de su hijo, entonces estudiante
de secundaria
Terrible, Terrible
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